Hace ya unos meses de aquel famoso temporal conocido como Filomena que dejó media España nevada. Estoy seguro de que la mayoría aprovechamos para salir y conseguir fotografías de situaciones excepcionales. En el artículo de hoy te cuento mi escapada a Toledo.
Y es que en un principio no tenía pensado llegar tan lejos. Tan sólo quería fotografiar los molinos de Campo de Criptana nevados. Pero al mejorar el tiempo decidí ir un poco más allá. Cuando llegué la ciudad entera estaba cubierta de nieve y tan sólo se podía circular por la avenida principal. Intentar dar la vuelta a una rotonda era misión imposible.
La idea era fotografiar el Alcázar, pero para llegar hasta el mirador había que ir andando. Lo que en coche se tarda 5 minutos, a pie sobre la nieve se convirtieron en más de 45 minutos.
Una vez allí me tocó explorar un poco hasta encontrar el punto adecuado. Poco a poco se iba la luz y empezaron a encenderse las farolas. Sin embargo, pasaban los minutos y ni la Catedral ni el Alcázar se encendían. Imagino que algo tuvo que ver la nevada, de manera que me quedé si la iluminación que quería.
Después tocaba volver a bajar andando. Una vez en el hotel estuve mirando el pronóstico del tiempo para la mañana siguiente y vi que de madrugada daban niebla, así que me puse el despertador bien pronto y a las 6:00 ya estaba dando vueltas por la ciudad.
Primero me acerqué hasta el pie de la Catedral pero no me gustó el encuadre así que me fui a uno de los puentes con el fin de fotografiar el Alcázar entre la niebla. El problema fue que había tanta niebla que no se veía nada, sólo los edificios más bajos de la ciudad.
Siempre digo que si quieres conseguir buenas fotografías tienes que tener paciencia. Después de más de media hora sentado sobre la nieve con todo preparado empezaron a pasar cosas. Había ocasiones que durante unos segundos se intuían las torres del Alcázar, momento que aproveché para disparar.
Una vez había conseguido mi objetivo empecé a bajar para buscar otros encuadres. Poco a poco el cielo se iba aclarando y el Sol quería mostrarse. Estuvo genial porque esa pequeña luz empezó a teñir la ciudad de un tono cálido que contrastaba con la nieve y la niebla. El Alcázar ya era visible, aunque seguía ligeramente escondido entre la niebla.
No habría apostado porque se despejara, pero así fue. Poco a poco se fueron las nubes del lado del amanecer y llegó un momento en el que la luz del Sol iluminó con fuerza la ciudad. Así que aproveché para hacer otra panorámica. Creo que nunca había hecho tantas panorámicas tan seguidas, pero la situación lo merecía.
El cielo se iba despejando y el Sol subía cada vez, momento en el que sabía que lo mejor ya había pasado. De manera que recogí y volví al hotel.
Misión cumplida. Toca volver a casa.